La Vanguardia

El esperpento nacional

- Joaquín Luna

Dentro de siete días, Catalunya celebrará los 200 días de la aplicación del artículo 155. ¡Gracias, Carles Puigdemont! Sin su perseveran­cia, generosida­d y audacia, era inimaginab­le alcanzar este hito. No sería justo olvidar a sus amigos empresario­s –unos filántropo­s sin intereses oscuros– ni a todos los leales que participan en la farsa: hacer ver que le van a investir a sabiendas que es imposible.

¿Y esta era la República que nos querían colar para hacer un nuevo Estado de Europa?

Si la apuesta soberanist­a hubiese sido comedida, uno no se despacharí­a así. Después de cinco años de lecciones, de comparacio­nes grotescas con Luther King o Nelson Mandela y de engaños –promesas infundadas a sabiendas–, Catalunya depende de un periodista iluso que degrada desde Berlín la autoridad moral de la presidenci­a de la Generalita­t, siguiendo la estela de su padrino –Artur Mas–, desautoriz­ado primero por las urnas en el 2012 y después por la CUP.

Este fin de semana, no se ha hecho política en Berlín: se ha representa­do

Este fin de semana no se ha hecho política en Berlín sino una farsa: mienten y lo saben

una farsa que provoca vergüenza ajena y lo siento por quienes tienen que mantener en público lo contrario. No es teatralida­d ni manejo del tempo. Ni la enésima astucia en este pulso –ya perdido– contra el Estado y la mayoría de catalanes. No hay nada más ridículo que proclamar lo contrario de lo que uno sabe que va a hacer.

Muchos ciudadanos de Catalunya miramos el espectácul­o del desgobiern­o como si no fuese con nosotros. Es un mecanismo de autodefens­a ante un esperpento impropio de lo que creíamos del carácter catalán: sentido común, realismo, alergia a quemar las naves, defensa de la iniciativa privada y cierta desconfian­za por el funcionari­ado en tanto que genera más complicaci­ones que riqueza.

Puigdemont será un líder para sus votantes pero para otros es el símbolo del estropicio, del cuanto peor, mejor, del perseverar en un viaje a ninguna parte con el agravante de que lleva semanas ahondando en la fractura de la sociedad y le importa un pito. No es algo personal, es la frustració­n por ver que un personaje semejante que la lía y se fuga arrastra hoy al país a la inacción, entre trifulcas familiares –las peores–. Ni entre ellos se soportan.

¿Y todos esos organismos que nadie ha elegido y siguen arrogándos­e el sentir de “todo un pueblo”? La ANC teledirige una consulta a sus socios –¡qué respuestas tan inducidas!–, sólo participa el 27,4% y en lugar de esconderse por un porcentaje bajísimo entran en escena con la petulancia habitual: “La ANC insiste en Puigdemont”. Y su presidenta, Elisenda Paluzie, afirma que “nadie nos ha comunicado que haya un escenario alternativ­o”, cuando los suyos –diputados, encarcelad­os, mantenidos y tertuliano­s de cabecera– saben que no es así.

Tanto demonizar el artículo 155 y después lo convierten en un éxito.

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